Ayer murió Federico Campbell, escritor y periodista. Tuve la oportunidad de fotografiarlo y entrevistarlo con un amigo para una revista universitaria que editábamos hace tiempo. Nos recibió en su departamento, dispuesto y muy amable. Siempre lo recordé así, muy amable.
Unos años después de esa entrevista, por cuestiones de trabajo, pude recorrer dos veces la península de Baja California, desde Tijuana hasta Los Cabos. En el primer viaje, conocí los textos del periodista Fernando Jordan, que en 1949 publicó la serie de reportajes titulados "Tierra incógnita" sobre sus viajes en la península. En el segundo viaje, me llevé la novela de Federico Campbell Transpenínsular (Editorial Joaquín Mortiz, 2000). "En una tierra incógnita, la huella de dos destinos paralelos". Donde cruza la historia de la "incierta" muerte de Fernando Jordán con la de un periodista harto que decidé dejar de serlo y se va a viajar a la península con el encargo de escribir el guión de una película.
Hoy en la mañana, abrí de nuevo el libro Transpenínsular de Campbell, página 16,
Me interesaba aproximarme a la península poco a poco, por mar, como lo hicieron los antiguos navegantes de Cortés, Sebastián Vizcaíno, el almirante Atondo y el padre Kino, ya que para mí también era - como lo fue para Jordan - terra incógnita, en latín: un territorio desconocido en las cartas de los navegantes, como cuando los neurólogos dicen que, todavía, el cerebro es terra incógnita.
Volví a leer la nota de la muerte de Campbell, "El escritor contrajo el virus AH1N1; finalmente, un derrame masivo le causó muerte cerebral".
Copio íntegro el segundo párrafo de Transpenínsular:
No era improbable que los pensamientos de Jordán fueran cambiando con el paso de los días. Aislado, suelto, libre, el hombre entraba en una fase de la concentración que gracias al transcurso del tiempo propicia que cada jornada sea diferente a la anterior: la mente en efecto, desde la perspectiva sedentaria, escapa como una cabra loca y esclaviza a su sujeto; pero en el destino nómada y el ensimismamiento de la más íntima soledad, el curso de las ideas y las emociones se va centrando. Jordán, luego de más de dos semanas de travesía, se hacía uno con el paisaje y la tierra. Ya no experimentaba el cansancio del principio. El desierto lo jalaba, como un imán o una muchacha. Lo atraía de modo irresistible. Ansiaba de pronto, cuando se detenía y dejaba el jeep sobre la borrosa brecha, echarse a andar hacia el confín espejeante de la amarillenta tierra apisonada que, como una laguna seca, se fundía a lo lejos con el insinuante mar abombado. Porque la caminata, sabía era una meditación: un viaje hacia sí mismo y - nunca lograría entenderlo del todo - una extraña y vertiginosa recámara de la melancolía.
Hoy mi práctica de yoga (que nos lleva a hacernos consciente del cese de las fluctuaciones de la consciencia, de la cual la mente es parte primordial) será caminar. Probablemente llegue al Panteón Francés San Joaquín donde está siendo velado el cuerpo físico de Federico Campbell.
Qué descansé en paz.
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